miércoles, 27 de abril de 2011

GONZALO ROJAS

Poeta chileno nacido en Lebú, Arauco, en 1917.
Estudió Derecho y Literatura en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Fue profesor de Estética Literaria
y Jefe del Departamento de Castellano en la Universidad de Concepción. Ejerció la docencia  en Utah, EE.UU., Alemania
y Venezuela. Organizó a partir de 1958 los famosos Congresos de Escritores en Concepción,  reuniendo lo más selecto
de la literatura latinoamericana. Fue diplomático en China y Cuba. Perteneció al grupo surrealista reunido en torno a la 
Revista Mandrágora
, 1938 - 1943.
Recibió numerosos premios internacionales, entre los que se cuentan: Premio Sociedad de Escritores de Chile por
«Poesía Inédita» 1946, Premio Reina Sofía de poesía de España, Premio Octavio Paz de México y José Hernández
de Argentina, además del Premio Nacional de Literatura de Chile en 1992 y del Premio Cervantes de Literatura 2003.
Luego de una corta enfermedad, falleció el 25 de abril de 2011.    



  

 

Las hermosas

Eléctricas, desnudas en el mármol ardiente  que pasa de la piel a los vestidos,
turgentes, desafiantes, rápida la marea,
pisan el mundo, pisan la estrella de la suerte con sus finos tacones
y germinan, germinan como plantas silvestres en la calle,
y echan su aroma duro verdemente.

Cálidas impalpables del verano que zumba carnicero. Ni rosas
ni arcángeles: muchachas del país, adivinas
del hombre, y algo más que el calor centelleante,
algo más, algo más que estas ramas flexibles
que saben lo que saben como sabe la tierra.

Tan livianas, tan hondas, tan certeras las suaves. Cacería
de ojos azules y otras llamaradas urgentes en el baile
de las calles veloces. Hembras, hembras
en el oleaje ronco donde echamos las redes de los cinco sentidos
para sacar apenas el beso de la espuma.


Las pudibundas

Mujeres de 50 a 60 hablando en un rincón de austeridad
frenéticas contra el falo, ¡a las horas!,
cuando ya se ha ardido mucho y se ha tostado
el encanto, hirondelas, y lo frustrado
se ha vuelto arruga. Trampa,
no todo será lujuria pero qué portento
es la lujuria con su olor a
lujuria, con su fulgor
a mujer y hombre nadando
en la inmensidad de esos dos metros
crujientes con
sábanas, o sin, en un solo beso
que es pura imantación mientras afuera la Tierra dicen que gira
y ellos allí libres. Gloriosos
y gozosos, embellecidos por los excesos. Que hablen
lo que quieran de gravedad menesterosa
esas pudibundas. Ay, cuerpo, quién
fuera eternamente cuerpo.



Latín y jazz

Leo en un mismo aire a mi Catulo y oigo a Louis Armstrong, lo reoigo
en la improvisación del cielo, vuelan los ángeles
en el latín augusto de Roma con las trompetas libérrimas, lentísimas,
en un acorde ya sin tiempo, en un zumbido
de arterias y de pétalos para irme en el torrente con las olas
que salen de esta silla, de esta mesa de tabla, de esta materia
que somos yo y mi cuerpo en el minuto de este azar
en que amarro la ventolera de estas sílabas.

Es el parto, lo abierto de lo sonoro, el resplandor
del movimiento, loco el círculo de los sentidos, lo súbito
de este aroma áspero a sangre de sacrificio: Roma
y África, la opulencia y el látigo, la fascinación
del ocio y el golpe amargo de los remos, el frenesí
y el infortunio de los imperios, vaticinio
o estertor: éste es el jazz,
el éxtasis
antes del derrumbe, Armstrong; éste es el éxtasis,
Catulo mío,
                   ¡Tánatos!


Los amantes

París, y esto es un día del 59 en el aire.
Por lo visto es el mismo día radiante desde entonces.
La primavera sabe lo que hace con sus besos. Todavía te busco
en ese taxi urgente, y el gentío. Está escrito que esta noche
dormiré con tu cuerpo largamente, y el tren interminable.

París, y éste es el fósforo de la maravilla violenta.
Todo es en el relámpago y ardemos sin parar desde el principio
en el hartazgo. Amémonos estos pobres minutos.
De trenes y más trenes y de aviones errantes nos cosieron los dioses,
y de barcos y barcos, esta red que nos une en lo terrestre.

París, y esto el oleaje de la eternidad de repente.
Allí nos despedimos para seguir volando. No te olvides
de escribirme. La pérdida de esta piel, de estas manos,
y esas ruedas terribles que te llevan tan lejos en la noche,
y este mundo que se abre debajo de nosotros para seguir naciendo.

París, y vamos juntos en el remolino gozoso
de esto que nace y nace con la revolución de cada día.
A tus pétalos altos encomiendo la estrella del que viene en los meses de tu sangre,
y te dejo dormir en la sábana. Pongo mi mano en la hermosura
de tu preñez, y toco claramente el origen.


Los cómplices




Te decía en la carta
que juntar cuatro versos
no era tener el pasaporte a la felicidad
timbrado en el bolsillo,
y otras cosas más o menos serias
como dándote a entender
que desde antiguamente soy tu cómplice
cuando bajas a los arsenales de la noche
y pones toda tu alma
y la respiración
perfectamente controlada,
por mantener en pie tus rebeliones
tus milicias secretas
a costa de ese tiempo perdido
en comerte las uñas, en mantener a raya
tus palpitaciones,
en golpearte el pecho por los malos sueños,
y no sé cuántas cosas más
que, francamente, te gastan la salud
cuando en el fondo
sabes que estoy contigo
aunque no te vea
ni tome desayuno en tu mesa
ni mi cabeza amanezca en tu pecho
como un niño con frío,
y eso no necesita escribirse.

 


Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación...

Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación
se me reduce apenas a respirar profundo para que el aire dure
                     en mis pulmones
una semana más, los días van tan rápidos
al invisible océano que ya no tengo sangre donde nadar seguro
y me voy convirtiendo en un pescado más, con mis espinas.
Vuelvo a mi origen, voy hacia mi origen, no me espera
nadie allá, voy corriendo a la materna hondura
donde termina el hueso, me voy a mi semilla,
porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas
y en el pobre gusano que soy, con mis semanas
y los meses gozosos que espero todavía.
Uno está aquí y no sabe que ya no está, dan ganas de reírse
de haber entrado en este juego delirante,
pero el espejo cruel te lo descifra un día
y palideces y haces como que no lo crees,
como que no lo escuchas, mi hermano, y es tu propio sollozo allá
                 en el fondo.
Si eres mujer te pones la máscara más bella
para engañarte, si eres varón pones más duro
el esqueleto, pero por dentro es otra cosa,
y no hay nada, no hay nadie, sino tú mismo en esto:
así es que lo mejor es ver claro el peligro.
Estemos preparados. Quedémonos desnudos
con lo que somos, pero quememos, no pudramos
lo que somos. Ardamos. Respiremos
sin miedo. Despertemos a la gran realidad
de estar naciendo ahora, y en la última hora.

De “Contra la muerte”



Mariposas para Juan Rulfo


Cómo fornicarán felices las mariposas en
el césped oliendo
de aquí para allá a Dios sin
que vaca alguna muja encima de
su transparencia, jugando a jugar
un juego vertiginoso a unos pasos
blancos del cementerio con el mar
del verano zumbando allá abajo ocio y
maravilla.
Rulfo habrá soplado en ellas tanta
locura, Juan Rulfo cuyo Logos
fue el del Principio; les habrá dicho: -Ahora, hijas,
nos vamos de una vez
del páramo.

¿Y ellas? Ahora ¿qué harán
ellas sin Juan que cortó tan lejos
más allá de Comala en caballo único tan
invisible? ¿bailarán, seguirán
bailando para él por si vuelve, por
si no ha pasado nada y de repente
estamos todos otra vez?

Por mi parte nadie va a llorar, ni
mi cabeza que vuela ni la otra
que no duerme nunca. Se ha ido
y se acabó, nadie
corre peligro así acostado oyendo
los murmullos aleteantes.
                                        -Con tal
de que no sea una nueva noche.

1 comentario:

  1. EXCELENTE SELECCIÓN REALIZASTE, ANA ROSA...BELLO HOMENAJE PARA EL MAESTRO...BESITOS.

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